Trabajando la aceptación

"Entender no es lo mismo que aceptar, aceptar va más allá del entendimiento, es tolerar una realidad que no nos gusta, convivir con ella pacíficamente."

24 MAY 2019 · Última modificación: 3 FEB 2021 · Lectura: min.
Trabajando la aceptación

"Entender no es lo mismo que aceptar, aceptar va más allá del entendimiento, es tolerar una realidad que no nos gusta, convivir con ella pacíficamente." Me oigo decir estas palabras en una conversación con una amiga y compañera emprendedora, Raquel Pinto, frente a un mismo problema que entendemos muy bien pero nos cuesta aceptar: la incertidumbre de trabajar por cuenta propia.

No es raro que surja este tema en consulta, con pacientes que dicen aceptar que en este momento de su vida no tienen tiempo para sí, que aceptan perfectamente que para realizarse profesionalmente tienen que sacrificar su vida personal o que la jefa (o mujer, o marido) no va a ser nunca una persona empática. Me doy cuenta de que nos es muy fácil decir que aceptamos las cosas. Otra cosa es aceptarlas realmente.

Mi primera reacción cuando alguien me asegura que acepta perfectamente algo es interrogarme: ¿es algo que esta persona deba aceptar? ¿Quisiera esta persona que la situación fuera diferente?

El logro de aceptar es a veces muy necesario -cuando tenemos que aceptar la incertidumbre natural de las cosas- pero otras tantas muy prescindible -cuando cargamos con responsabilidades ajenas u obedecemos ciegamente a costumbres que restringen y no aportan.

Y es entonces cuando aplico la prueba del algodón a la aceptación: ¿qué sentimos y qué hacemos con ese hecho que decimos aceptar? Cuando aplico el spray de purificación emocional al discurso que sigue, ¿encuentro más gramos de tristeza o de rabia?

"Claro que hay personas que siempre tienen tiempo para ellas, por más trabajo que tengan..."

"Su trabajo debe de ser más importante que el mío por eso soy yo la que voy corriendo todo el rato."

"Me pone la misma cara cuando le digo que he logrado algo importante o que necesito ayuda, pero como tampoco es muy expresiva…"

Cuando escucho a algunas de estas quejas, comparaciones o racionalizaciones, susurrados normalmente a media voz como una coletilla del "Lo acepto perfectamente", me digo "¡Ep, te he pillado! ¡No has aceptado nada!".

En el fondo de la taza, un resquicio de irritación, inconformidad, sentido de injusticia hacen la radiografía de la aceptación: Las emociones básicas no engañan. Estos sucedáneos de la rabia tienen un efecto ácido y activador en la expresión corporal, en la voz, en los movimientos.

Contrastan con la gestualidad y sonido de la tristeza, aquella otra emoción básica cuya fiabilidad para detectar la aceptación, me atrevería a decir, es del 99%. En los matices de la tristeza -nostalgia, ternura- flota una aceptación más auténtica que suele tener un efecto tranquilizador en el cuerpo.

Cuando aceptamos algo, forzosamente tenemos que hacer un poco de duelo, aunque sea pequeñito: dejar ir algo que teníamos.

Qué diferente es cuando nos centramos en el dolor de lo que estamos perdiendo de cuando nos dedicamos a juzgar si la pérdida es justa o no.

Está claro que a veces la tristeza se mezcla con la rabia. En esos casos, diría que aún no alcanzamos la famosa aceptación. No hay paz. Pero si le dedicamos el tiempo que se merece dejamos de darle vueltas a eso en que insistimos que ya habíamos aceptado. Incluso podemos involucrarnos en asuntos nuevos que queremos lograr. Pasar página. Recordar, riendo, el lapsus de un email escrito a las tantas de la madrugada o hacer una reinterpretación cómica de aquellas frases lapidarias de aquella jefa que - "aceptálo!" - ¡no va a cambiar! Cuando lo que queremos aceptar tiene sentido (es inevitable o, a pesar del gran coste, nos beneficia) creo que merece la pena intentarlo de verdad. Llorar o reírse con ello, en vez de amargarse y sacar pecho. Entonces la aceptación va llegando. Y la paz.

Así que, me pregunto: ¿cuándo voy a referirme a mi incertidumbre como emprendedora cambiando la mueca asimétrica de mi boca por una pirueta redonda llena de gracia?

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Escrito por

Mariana Guedes Bahia

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