Reflexiones sobre el bullying

Desde hace unos años hasta ahora, hemos incorporado en nuestro vocabulario un nuevo vocablo. Bullying, con lo que entendemos el ejercicio de la violencia continuada entre grupos de iguales en edad escolar. Violencia física, la más visible, agresiones físicas que pueden ir desde un empujón a conductas más graves y peligrosas con consecuencias para la salud y vida de quien lo recibe; violencia verbal, insultos y palabras despectivas que hieren profundamente y debilitan a la víctima haciendo decrecer su autoestima; violencia emocional, aislamiento directo de la víctima.

¿Por qué surge el Bullying?

Con todo ello, la punta del iceberg innegable es la víctima, aquel o aquella que recibe las agresiones, es la primera persona que debe ser atendida de manera urgente y prioritaria, debe ser ayudada a recuperar todo aquello que le ha sido arrebatado: autoestima, seguridad y ganas de continuar con su vida.

Sin embargo, ayudando solo a la víctima, el problema no está resuelto. Como decía con el ejemplo del iceberg, lo que no se ve, lo que está por emerger, oculto bajo la línea del mar, es lo más peligroso, lo que sigue estando y es ahí donde corresponde un mayor trabajo de fondo, para evitar que sigan apareciendo víctimas en la superficie.

Hablemos pues de la víctima invisible: el agresor o agresora. Posiblemente, el ambiente que vive o haya vivido el agresor, los aprendizajes que haya tenido o las carencias, le conducen a desarrollar conductas que de alguna manera le hagan sentirse fuerte, poderoso en un ambiente donde pueda ejercer su dominio. Entre iguales. Y no siempre es fácil reconocer a un agresor o agresora desde su propia casa. Es complejo y peliagudo.

Pongamos dos tonalidades de un mismo color, por ejemplo un azul. Si tenemos dos tonos parecidos, ¿como sabemos cuál será el tono más oscuro o el más claro? Tendremos que ponerlos uno al lado del otro para distinguir entre ellos y asignar, según nuestra percepción, cuál será el azul más oscuro y cuál será el azul más claro. Lo mismo hace un agresor de bullying posicionándose al lado de alguien a quien considera más débil. Necesita de la debilidad de otro para sentirse fuerte, y en ella se crece.

Vigilemos entonces, lo que necesitan nuestros hijos: atención, comunicación, afecto, seguridad, comprensión, espacio, respeto (tanto recibirlo, como practicar el respeto hacia los demás) y no olvidar las normas y los límites. Si no enseñamos límites, normas y respeto, difícilmente podrá aplicar estos pilares en su manera de relacionarse.

Por desgracia estamos acostumbrados a ver a través de la pantalla, infinidad de series de TV donde se potencian unos modelos educativos poco adecuados, importados desde EEUU: series infanto-juveniles donde triunfa el guapo que roba el bocadillo a los más pequeños en el patio, donde se aplaude al fortachón que machaca a los que no le siguen o piensan como él, y donde los que piensan diferentes, se les aparta y se les llama frikies y no solo eso, sino que cuando se suceden imágenes de agresiones, y huidas de víctimas cabizbajos aún se acompañan de efecto sonoro de risas. Acostumbrándonos de esta manera a "normalizar" la violencia verbal, física o emocional. Seamos críticos y no nos dejemos engañar por las "risas de lata", no nos haría nada de gracia saber que nuestro hijo/a es quien recibe la risa de los demás, por tanto, no normalicemos las agresiones. Reconozcámoslas, llamémoslas por su nombre y corrijámoslas. Bienvenidos a la educación de las emociones.

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