Mis padres no son mis padres...
Más allá de lo biológico, la versión de los padres que cada cual manejamos es aquella que hemos construido a partir de nuestras experiencias con ellos.
Sé que se trata de una afirmación arriesgada, sin duda, pero en el fondo, creo que todos hemos tenido en algún momento esa sospechosa sensación sin llegar a admitírnoslo: nuestros padres no son los que creemos.
Desde que lo pensé, ando un poco inquieto. Ayer, con cierto disimulo, me puse a mirar extrañado a mi madre buscando el punto donde la máscara podría rebelarse (un velcro, un clip o la juntura del pegamento, ¡qué se yo!). Le miraba detrás de las orejas o allí donde nace el cuero cabelludo para ver si había algún indicio que me indicase que, efectivamente, ella no era ella. Me imaginaba la escena de la película futurista "Desafío total", donde Arnold Schwarzenegger intenta pasar la aduana con un dispositivo que le da otra identidad, otra imagen. Sin embargo, la duración del holograma es limitada, de modo que en medio del gentío el engaño queda evidenciado cuando la máscara empieza a fallar dejando de proyectar lo fraudulento. Lo que me sacó de mis pesquisas fue un comentario que escuché, unas palabras aisladas de la conversación que las sostenía: "…es que uno ya no sabe ni quién es…". Nada sé de lo que vino antes, ni de lo que ocurrió después. Lo que sí recuerdo es que volví a mirar a mi madre con extrañeza, y ya no era ella. No es que no fuese ella, al menos no al modo de la biología, ni desde la sospecha de que fuera un replicante. Lo que había cambiado era yo, mi propia mirada. De repente me empecé a cuestionar si las cosas que yo sabía de ella (que por cierto, eran pocas), eran realidad o sólo una versión que yo he "construido" acerca de su persona.
El otro día, durante el cinefórum en el que se proyectó la película "Secretos y mentiras", una frase de una de las protagonistas llamó poderosamente mi atención, y desde entonces, no puedo apartarla de mis pensamientos: "Elegimos a nuestros padres". A pesar del dicho popular que afirma lo contrario, no puedo estar más de acuerdo, aunque he de decir que el argumento no se sostiene desde el plano de la biología, sino desde el plano de la subjetividad.
Somos acomodadores de realidad. Nuestro sistema psíquico tiene la cualidad de hacer de amortiguador o intermediario entre el mundo y nosotros, procesando todo lo que se vive en función de las estructuras previas, de tal manera que será a partir de ellas, que procesaremos lo nuevo, condicionando la manera de percibir, de procesar y de responder. La realidad, por lo tanto, es subjetiva, una versión muy propia construida a partir de las vivencias particulares acerca de las cosas, con la cual nos movemos y nos relacionamos. Es debido a que se trata de una realidad subjetiva que una misma experiencia (los padres) es vivida de formas diferentes por diferentes personas (los hermanos).
Desde éste punto de vista, digámoslo cuanto antes, los padres son una invención, una realidad inventada, "una mentira". No significa que no existan, pues nos acompañaron toda la vida, pero no en la dimensión que nosotros los interiorizamos. Los padres de la realidad sólo son aprehensibles en la medida en que los envolvemos en un velo imaginario que hace coherente lo que sentimos con lo que vivimos. Para hacer asequibles las cosas, elegimos la versión de ellos que más nos acomoda, aquella en la que encajan mejor nuestras vivencias, omitiendo o dejando fuera de circuito aquello que pondría en jaque dicha imagen. Desde ahí, desde esa realidad parcial, que peleamos o admiramos, que sentimos al otro como tirano o como santo, superhéroe o villano. El padre con el que nos relacionamos cuando decimos "padre" (o madre) es una imagen que está orientada a velar lo que incomoda. Lo que queda fuera de esa idea, es negado, es puesto fuera de juego.
Recuerdo que de niño, o no tan niño, cuando nos sentábamos a hablar de nuestras cosas, había un tema que aparecía con cierta recurrencia. Algo así como: "Oye… ¿tus padres follan?". Más allá de lo "a bocajarro" de la pregunta, lo interesante no eran las respuestas, de las que el "¡¡¡Qué va!!!… mis padres no" (con cierto asco), era mi preferida. Lo invariable era siempre esa especie de intranquilidad que suponía hablar del tema… A veces, asco, a veces risas, otras curiosidad… Desde luego que no era cómodo, porque tocaba con una realidad a la que nadie queríamos mirar. Sin embargo, era evidente que si todos nosotros estábamos allí era porque nuestros padres tenían sus roces. Pero esa era una realidad omitida de los padres, como otras muchas.
Es evidente que hay facetas que no podemos o no queremos ver, porque asomarnos a ellas sería arriesgarnos a otra versión de los padres, y por ende, a otra versión de nosotros mismos. En ésta misma línea, y resonando con el tema, aparece ahora el recuerdo de una escena infantil, donde yo, con 3 o 4 años, voy a la habitación de mis padres, que tienen la puerta entreabierta. Y de repente, mi padre, desnudo y sobresaltado corta mi acceso a la alcoba diciendo un contundente : "¡NO!". Durante mucho tiempo recordé la escena así, recortada. No puedo decir qué forma parte de la realidad y qué de mi propio imaginario exaltado al presenciar la escena. Lo que sí recuerdo es una especie de escotoma, un agujero de la escena que no acabo de ver, que permanece velado. Fue en mi propio análisis cuando poco a poco fui reconstruyendo esa parte de la realidad que no podía dibujar, como ocurre siempre. Fueron las preguntas las que vinieron a cuestionar mi montaje… ¿Qué esconde la otra parte de la habitación? ¿Acaso no sería mi madre también desnuda? ¿Por qué tienen la puerta entreabierta si hay niños? ¿Por qué iba mi padre a levantarse tan sobresaltado si no hubiese algo que a un niño le está prohibido ver? Todas estas preguntas son las que vienen a poner en jaque el recuerdo, que en realidad es encubridor de una realidad incómoda. Despegarnos de las imágenes creadas no es fácil porque vertebran y dan sentido estable a lo que de otra manera sería incierto y enigmático.
En este momento, experimento una sensación incierta, entre levedad y congoja, pues si por un lado me siento liberado del extraño peso al caer en la cuenta de que "nada es lo que parece", por otro no puedo dejar de sentirme un poco más huérfano y un poco más desconcertado de las certezas que en algún momento pudieron acompañarme dando sentido a lo que en realidad es agujero.
En realidad, el otro siempre es una pregunta.
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